jueves, 15 de enero de 2009

Cuento triste, realidad devastadora.

Con manos temblorosas abrazó a aquel ser indefenso que no cesaba de tiritar violentamente. No solo el frío lo mantenían agarrotado, sino ese sentimiento profundamente arraigado en su pequeño ser que lo hacían convulsionarse, mientras lágrimas heladas resbalaban por sus sucias mejillas.

Dudó en si hacerlo o no, por temor a una posible reacción de huida, sin embargo el cuerpecito aterido estaba tan necesitado de calor, que se dejó abrazar sin rechistar.

Hurgó afanosamente en su zarrapastrosa mochila, que en un tiempo fue de una piel exquisita de precio exhorbitado. Al fin encontró lo que buscaba: su chaqueta acolchada. Era de muy buena calidad y abrigaba, quizá excesivamente, pero en esos momentos era vital para dar calor al niño.

Se hallaban en un desvencijado patio arruinado por las bombas, en el que milagrosamente aún quedaba un rincón donde cobijarse malamente.

Él, que se creía de vuelta de todo, que pensó que nada le quedaba por ver, tras haber recorrido el mundo con su cámara plasmando sucesos de índoles diversas, comprendió de golpe, que acababa de tropezar con algo avasallador: la deshumanización más cruel.

Jamás imaginó, cuando le encargaron el trabajo, que se hallaría ante situaciones tales que hicieran remover sus cimientos de hombre de mundo.

Una aversión total por esos personajes apenas visibles que manejaban países enteros a su antojo, sin atisbo de sentimientos. O sí, los de ser supremos a costa de lo que fuese. El egoísmo en estado puro. Aquellos ególatras que veían morir a diario a cientos de personas sin levantar ni una ceja por el asombro. Nada importaba la edad de aquellos a los que mandaban al patíbulo. O lo que era peor, nada que hacer ante todos aquellos seres humanos a los que las heridas mataban lentamente.

Las fotos crecieron a velocidad vertiginosa. A cada paso que daba, sentía la imperiosa necesidad de mostrar aquella situación irracional, cruel, desastrosa, que le dolía en el alma e irrigaba sus ojos.

El resto de personas debían saber, debían sentir, debían hacer lo imposible por solucionar aquello.

El pequeño había dejado de llorar y miraba asustado a su benefactor, pero con un deje de esperanza en sus grandes ojos oscuros.

Le llevó poco decidir lo que haría. Marcharía al hotel con el niño y desde allí, una vez lo dejara cómodamente instalado en su habitación, comido, bebido y aseado, movería los hilos para dar con sus familiares. Les prestaría ayuda económica, les informaría de la posibilidad de marcharse de ese espantoso lugar con él…

Abrazó con fuerza al niño, al que sin darse cuenta había besado en su pequeña cabeza llena de rasguños.

Con agilidad, lo levantó en sus brazos. Justo en el momento en el que iban a salir del derruido portal se escucharon nuevamente los silbidos de los bombardeos…

Yacía en el suelo con los ojos abiertos mirando al cielo. A su lado, medio abrazado aún, el cuerpecito sin vida. Suspiró entrecortadamente y en medio de esa locura pensó, que se había contado a sí mismo el cuento de la lechera…Eso fue lo último que pensó antes de que se le fundiese la mirada en el ultrajado cielo…


"Cada guerra es una destrucción del espíritu humano."
Henry Miller

6 comentarios:

Anónimo dijo...

Y lo más sangrante de todo es que cuando nos hablan en las noticias de miles de muertos seguimos tomándonos el café con leche como si nada, cada vez más inmunes a la barbarie y desgracia ajenas. La pantalla del televisor esteriliza la sangre y el dolor, y nos muestra las guerras en high definition, como un espectáculo de pirotecnia más. No somos conscientes de hasta qué punto hay tragedias humanas detrás. Luego, en apenas unos minutos, comienza Gran Hermano o la película de la semana y lo olvidamos. Me aterra pensar que estamos perdiendo sensibilidad, pero quizá sea la coraza que nos ponemos para seguir con nuestras vidas sin echar cuentas de lo que sucede más allá de nuestras narices.

Marinel dijo...

Domingo, realmente creo, que lo que tendemos a hacer en muchas ocasiones es a disfrazar un algo la dura realidad que nos rodea.Probablemente de forma egoista,pero no se puede vivir con tanto dolor en el corazón acompañado de la inmensa impotencia que lo estremece...
¿Triste? sí, sin duda lo es, y podríamos añadir muchas cosas mas,pero es la vida que nos ha tocado vivir y o bien amortiguas el dolor o mejor no permanecer en este abigarrado mundo...¿no crees?
Besos.

CharlyChip dijo...

Nadie podría sobrevivir a semejante coctel de dolor sumado a la impotencia.

Solo la anestesia de las necesidades inmediatas de nuestra propia vida nos permite sobrellevarlo.

Cuando ese binomio supera los limites de lo soportable el cerebro desconecta automáticamente...., quizás por fortuna si no estamos dispuestos a romper el círculo vicioso o no podemos hacerlo.

Un saludo Marinel, Domingo

Andrés Paredes dijo...

Los cogia a todos y atados en una silla les ahcia lo mismo que al protagonista de "la naranja mecanica"
hasta que repudiaran la violencia de verdad, no con palabras vacias sin actuar de verdad
¡Basta de que se muevan por intereses y que pocan por delante la humanidad!
un saludo.

Marinel dijo...

Carlos es terrible ver cada día tanta destrucción infame enarbolando palabras engañosas que para nada contienen sentimientos de dolor...
Y los que actuamos de espectadores no tenemos otra que hacer lo mismo que hacemos al ver una película...desconectar con la vida de diario...
Un beso.

Marinel dijo...

Andrés, comparto tu indignación y yo soy muy cobarde, pero puede que si los tuviera delante,cometiera alguna barbaridad...
Un beso.