miércoles, 24 de septiembre de 2008

Accidente

Lloro de alegría. La misma con la que, felizmente, he cerrado el cajón sin darme cuenta que mis dedos aún no se habían apartado de su trayectoria… Consecuencia: no he sabido hasta hace apenas unos minutos si gritar o llorar. Así que, en un acto egoísta, he optado por ambas soluciones.

Y es que las razones que el cuerpo humano tiene para avisarnos son, en ocasiones, crueles… Si cada vez que tuviéramos un accidente, ¿no sería mejor que nos diera por contar un chiste, o ponernos a cantar la sintonía del Telediario? Esto último sería para informar que hemos tenido uno, y que la herida se trata mejor cuando vienen a socorrernos y se actúa con la máxima celeridad. La primera, en cambio, sería para comprobar una vez más que nadie se ríe de tus chistes y que es necesario que renueves tu repertorio.

Pero no. El cuerpo decide castigarnos y nos provoca un dolor insoportable que supera con creces cualquier pantomima de melodía procedente de realitys como Operación Triunfo. Y eso, es muy cruel. Ya sabemos que la torpeza a veces es más inteligente y nos coloca en los sitios menos adecuados para la salud y el bienestar público, pero de ahí a machacarnos con dolor… Somos una concentración de células muy nerviosas dispuestas a recordarnos en cada momento que no debemos hacer ciertas cosas, aunque las hagamos sin ánimo de lucro.

Y total, ¿para qué? ¿No es suficiente que se nos ponga los dedos lo suficientemente colorados como el de ET, y no podamos meter la mano en los bolsillos para sacar un pañuelo y hacer un vendaje improvisado? ¿Qué planes tiene la naturaleza para nosotros al impedir que los dedos implicados estén inoperativos durante unas horas y vestirlos como momias? ¿Por eso tenemos cinco dedos en cada mano y pies, para tentar siempre a la suerte?

Tranquilos… Somos una especie lo suficientemente inteligente como para captar el mensaje que nos transmite el cuerpo… Aunque si supiéramos realmente cuál es, sería todo mucho más sencillo, y por supuesto, a la par, mucho menos doloroso…

1 comentario:

Anónimo dijo...

La solución a tu dilema es fácil, es una de las pocas cosas de las que me siento seguro en este momento...

Yo pensaría, con un poco de "maldad" en que tal quedarían los cataplines o los equivalentes femeninos de Solbes y otras cacatuas del poder en iguales circunstancias...

Con gusto les regalaría un sinfoniér para que se adaptase a todas las alturas y tamaños de los atributos de los atribulados cara-de-tomate(a) sin-vergüenzas en cuestión.

Con un poco de maldad daría para una sonrisa, mas bien una carcajada irrefrenable, con esta venganza imaginacia de ciudadano ultrajado...

Un abrazo amigo