miércoles, 11 de marzo de 2009

1.825 días...



Un desierto se expandió bruscamente ante nosotros. Dunas y dunas de arena de infinitos horizontes ondeantes, sin oasis esperanzadores donde calmar la sed y la fatiga.
Un cielo sanguinolento de nubes oscuras y opacas se cernió sobre la multitud zaherida, angustiada, sobrecogida por el horror.
Los rostros bañados de agua marina, cuya inmensidad se centraba en las pupilas de colores, que desbordadas habían perdido el brillo, la ilusión o el sosiego.
Esas alas humanas que adornaban las extremidades superiores, crispadas, nervudas, cual raíces de árbol aferrándose a la tierra para no ser arrancadas.
Las piernas agarrotadas de oprimir el suelo bajo los pies, en vano intento por no caer desde la propia altura.
Corazones bombeando a ritmo tan acelerado, que por momentos parecía que el planeta había perdido la voz y tan solo los órganos rojos tuviesen aliento para seguir, para hacer acto de presencia.
Trágicos gestos, suspense, sensibilidad a flor de piel.
Amalgama de sentimientos contradictorios, en los que predominaban de manera tajante los temidos miedos, odios, rencores…
Y sobrevolando el desolador panorama, un sentimiento se engrandeció, tomó el poder e hizo salir a otros aletargados: La solidaridad…
De su mano, trajo al orgullo, la bondad, la hermandad infinita, el compañerismo…
Y en ese desierto aparentemente sin final, se fue formando una especie de lago salobre, donde germinó una bella y misteriosa flor que era del mismo color que la sangre derramada por aquellos que involuntariamente marcharon a dormir la eternidad en brazos de la luna, arrullados por rumor de estrellas tiritonas





5 comentarios:

CharlyChip dijo...

La solidaridad por desgracia suele ser efímera y su precio a menudo demasiado alto.

Un beso

Marinel dijo...

Charly, es cierto...pero peor sería que brillara por su ausencia,¿no crees?
Gracias.
Un beso.

Anónimo dijo...

Como madrileño que soy, aquel 11 de marzo lo viví en toda su intensidad y con hiel en la boca y en las entrañas doné sangre. Sentí que era una obligación moral volcarme aquel día con mi ciudad, sentí tanto dolor por las víctimas que aquel día quise ser océano cuando tan sólo era una gota, pero gota a gota el pueblo español se comportó de manera ejemplar y su hermoso gesto de solidaridad obró el milagro de que, por una vez, estuviéramos a la altura de las circunstancias.

Marinel dijo...

Eso me apareció a mí,Domingo.Por una vez el pueblo estuvo a la altura de las circunstancias y gota a gota formamos un océano...
Gracias por tu comentario,guapo.
Besos.

CharlyChip dijo...

No dudo en ningun modo de la buena voluntad de la gente, si algo de esperanza tiene el futuro depende de ello precisamente.

Saludos