martes, 23 de marzo de 2010

Sin prisa, sin pausa

Desde A Coruña, para quien encuentre mis palabras perdida en el mar de letras de la Red de Redes.

La inmediatez del acceso a la información que nos proporciona la red, el como ha transformado la cultura de la información y la búsqueda constante de la imagen por la imagen misma, nos traen últimamente muy a menudo los errores a la mesa.

En una mañana he pasado de alegrarme de la eficiencia y rapidez de la policía francesa localizando a los etarras responsables de la muerte de un policía galo a saber que se habían confundido..., que eran un grupo de bomberos catalanes de paseo por Francia.

Pasamos con demasiada rapidez de la sospecha policial a la difusión de la misma, ¿acaso no hay lugar en la prisa mediática para un poco de reflexión y prudencia...? Indudablemente todos podemos equivocarnos, incluso tras un prolongado proceso de reflexión, pero igualmente es evidente que las prisas no son buenas consejeras, sobre todo al señalar con el dedo a los posibles blancos de los disparos de la gente irritada indudablemente con razón.

Creo que la razón es más falible como método de análisis de la realidad de lo que nuestros deseos de encontrar la verdad quisieran, pero no debemos agravar los problemas que con ello pretendemos analizar y resolver dejándonos llevar por las prisas...

Entre los coloquios de cafetería y las investigaciónes periodísticas debiera haber una distancia enorme, la reflexión pausáda, el análisis detallado que permite el acceso directo a las pruebas, esa herramienta que, con un poco de suerte endereza los caminos de la opinión pública llevándola enfocándola a la dirección correcta.

Esta misma precipitación aparece también demasiado a menudo en la política, en la elaboración de normas... La obligación del legislador es elaborar las leyes con criterio propio, teniéndo en cuenta a la opinión pública, pero no dejándose presionar por ella. Escuchar no es "obedecer" a los intereses u opiniones infundados con la pretensión de ganar votos para las próximas elecciones. Un legislador se debe a la defensa de los derechos de sus votantes, a sus promesas hechas con buen juicio y sin demagogia.

Ser un buen político, como ser un buen periodista es seguramente un oficio más que difícil, pero cuando se ejerce bién, a la larga proporciona atención, prestigio y apoyo.

Es notable la indefinición ética de ambos tipos de personaje, tal vez por lo difícil que es encontrarla asociada de modo inevitable al desarrollo de la labor profesional... En una profesión como en la otra los profesionales se ven sometidos a demasiadas presiones... En todo caso dudo de la idoniedad de calificar de profesional a un político.

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